Maradona tendrá muchos defectos y habrá cometido muchos pecados. Pero el único sitio en el mundo dónde se lo perdonan todo es en Nápoles. Pocas veces en la historia del fútbol se ha visto una comunión tan grande entre una ciudad y un futbolista. Estaban hechos el uno para el otro. Diego le dio la primera Liga de su historia pasando por encima de la poderosa Juventus, símbolo del odiado norte italiano. Y Nápoles le dio cariño, protección y amor incondicional por encima de todo tal y como el ego del barrilete cósmico exige. Justo lo que los necesitaban. Aunque ya se sabe que las relaciones intensas, suelen terminar mal: Maradona yéndose por la puerta de atrás y la ciudad llorándole. Ya se sabe, amores reñidos son los más queridos. O al revés.
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